Como en muchas
de las festividades que se disfrutan en nuestro país, el período carnavalero es
también una época que se relaciona con una mesa en la que platos típicos se
elaboran por todo tipo de cocineros, ya sea profesionales o aficionados, y se saborean
también por todo tipo de comensales, mayores, menores y mediopensionistas.
Éste era,
pues, un buen motivo para elegir esos platos típicos en los que el carnaval se
viste, o se puede vestir sin antifaz, y en el que los amigos de la buena mesa
aprovechan o pueden aprovechar para disfrutar de tales viandas sin utilizar
ningún velo para ocultar sus deseos. Y también es el motivo para preparar un tablero
bien ataviado con los adornos característicos de la ocasión.
Pues
bien, hoy que teníamos curso de cocina, y a pesar de estar totalmente centrados
en el período de carnavales, no hemos tenido ninguna de estas referencias : quizás
podría ser debido a un oportuno o interesado camuflaje, pero la realidad es que
ninguno de los presentes hemos visto ni un plato con ingrediente de calabaza, ni
de carne de cerdo; ninguna horejuela, ningún buñuelo; y ninguna torrija ni
leche frita. En definitiva, nada nos ha preparado para la cuaresma. Por si
fuera poco, ni siquiera Rafa, como habitual ornamentista, ha tenido tiempo para
incorporar al mantel una alusión, ni pequeña ni grande, al estrado destinado a
evaluar los distintos platos. Dicho de otra manera, ha sido la pascua…
Sin
embargo, como no hay ninguna duda de que los alegres espíritus de los
recurrentes alumnos se adaptan a las circunstancias de cada momento, nos hemos
dispuesto a afrontar la jornada con otra serie de complementos que hicieran
consolidar el periódico festín, por lo que hemos dejado de parecernos a
polichinelas y nos hemos introducido en la mascarada con nuestros mejores
disfraces, representados, lógicamente, por los delantales.
Las dos
primeras máscaras se las han acoplado los arlequines Aitor y Miguel, y han
venido escenificadas, respectivamente, por una polka de marisco cristalizado de
aceitunas y lechuga, y una ración de angulas con gambas disfrazadas. Un
perfecto embozo para una comida que ya desde el principio marcaba formas notables.
A
continuación Pedro ha iniciado una madurada bacanal, peleando con un cabrito
(sin cabecilla) al que ha logrado a duras penas introducir en el horno, mientras
situaba a buen recaudo la lechuga que ya había aliñado dos horas antes. Mientras
el horno daba dorada cuenta de su invitado, nos hemos permitido salir de la
cocina, en procesión, para formar una comparsa y disfrutar de una corta
francachela por Deusto. En la mitad de la acción, Pedro ha regresado a la
cocina para retomar el antifaz de cocinero y cuidar de su pupilo. A nuestra
vuelta, las cosas ya estaban bastante encauzadas, lo que nos ha permitido
sentarnos a la mesa, dispuestos a iniciar la degustación. Después de los
pintxos iniciales del tándem Aitor y Miguel, el cabrito de Pedro nos ha
asentado perfectamente en nuestra misión de hoy, ya que hasta los más
remilgados se han quitado la careta y han solicitado una repetición de la
escena.
Finalmente,
Esteban nos ha ofrecido una crema batida de piña y naranja, con la que ha
peleado a través de unas singulares manipulaciones de malabarista, que ha
terminado pulverizando con teóricos confetis hasta conseguir una presentación
nada camuflada.
Después
de los cafés y las copas, y antes de proceder al entierro de la sardina, hemos
hecho alguna chanza en base a la foto impúdica de una moza, nada enmascarada, que
atraía como moscas a los colmados comensales.
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