Hoy hemos participado en la cuarta y última sesión de este “curso escolar”, de la siempre agradable rama gastronómica de Mundo Txikitorre, en la que siempre nos desenvolvemos con una reconocida pericia, ya sea en el proceso de elaboración, ya sea en el proceso de degustación. Aunque posiblemente es en el primero donde podríamos referir amplios conocimientos (lo demuestra más de uno de los participantes en cada sesión), lo que no nos cabe ninguna duda es que es en el segundo donde estaríamos dispuestos a elaborar un libro blanco sobre el bien saber estar sentado en una mesa.
El menú, que podría interpretarse que ha surgido de una forma improvisada (nada más lejos de la realidad, al menos para el primer plato), ha sido, como siempre, completo, hasta el punto que su elaboración ha impedido que pudiéramos degustar un vinito fuera del txoko, mientras esperábamos a sentarnos a la mesa.
En base a ese guión, lo que realmente ha dado hoy en la diana ha sido la riquísima sopa de pescado, de cuya larga trayectoria se ha ocupado nuestro compañero Aitor desde el día anterior, en que inició la preparación del necesario fumé. La verdad es que desde el principio ha tenido muy clara la secuencia de su elaboración, y en ningún momento ha dudado sobre los siguientes pasos que debía dar. Consecuencia de ello : triunfo total, a juicio de los alumnos-comensales, reconociéndole que ha trabajado de lo lindo para que pudiéramos degustar un plato exquisito, que ha sido claramente apreciado y agradecido por los presentes.
Tampoco se ha quedado atrás Pedro, quien con su carne a cuestas (la de comer, se entiende), ha propiciado un correcto segundo plato, aderezado con sus aditamentos (patatas fritas, pimientos). Aunque según indicación personal, nunca había preparado este plato, a todos nos ha dado la sensación de que lo tenía muy claro y actuaba en cada proceso con la seguridad de un maestro.
Sin embargo, lo más contundente lo hemos tenido al final, en el postre. Con una palpable indefinición respecto a sus ingredientes y a su manipulación, Rafa nos ha dado una perfecta lección de adivinación gastronómica de ingredientes varios, donde el único que hemos reconocido ha sido la blanca leche. Así, después de una nada desdeñable dedicación, ha hecho pasar los aislados componentes hacia una masa espesa, compacta, de color indeterminado, que ha ido transformándose en pequeñas “canicas”. Posteriormente, con la habilidad propia de un mago, ha realizado una completa conversión hacia unas evidentes bolas, para finalmente terminar en perfectas albóndigas. Una larga pasada por el frigorífico, las ha dejado con una textura y apariencia finales que han creado una expectación sin límites entre los presentes.
De esta manera, después de que cada uno de los alumnos degustáramos dos o tres platos de sopa, y que engulléramos dos raciones de carne, nos han llegado las dulces albóndigas. ¡Vaya desafío!. Si ya ha costado colocarlas en cada plato, distribuyéndolas a partes iguales (por eso de que no tiene que sobrar nada, que también puntúa, lo que ha representado cuatro cada uno, aproximadamente medio kilo por barba), lo que nos ha resultado realmente complicado ha sido tratar de hincarles el tenedor para cortarlas con el cuchillo, sin que ninguno saliera lesionado. ¡Qué consistencia!, aunque eso sí, totalmente homogéneas, sin que tuvieran ninguna zona blanda.
Con estas premisas, la lógica reacción de los primeros valientes ha sido jugar con las albóndigas en el plato para esperar a que fuera el compañero el que introdujera un pedazo en la boca. Superados los primeros momentos de confusión y ya en sobre aviso los portadores de empastes y demás delicadezas bucales, la siguiente reacción de una parte de los comensales ha sido la de devolver al plato central tres de las cuatro albóndigas, para quedarse con una sola, que ya era bastante…
Finalmente, los sudores se alternaron con la inquietud de los más sensibles respecto a las consecuencias que la ingesta de las mencionadas albóndigas pudiera tener en sus visitas al Sr. Roca. En este sentido, en el momento de redactar esta reseña, no tenemos constancia de que ninguno de los comensales haya podido deshacerse del tapón formado en la zona singular del cuerpo destinada a expedir la salida de la correspondencia gastronómica.